Con Suavidad 

Con Suavidad 

Por Chris McAlister 

Gotoh Kimiya, mi profesor en Acupuntura con Ryodoraku, solía enseñarnos que la estimulación requerida para obtener resultados óptimos depende principalmente de la sensibilidad del paciente.

Él tenía en mente, en concreto, a las personas mayores y a los enfermos crónicos, con pocos recursos energéticos. Solía expresarlo mediante una fórmula cuasi matemática: 

Estimulación + Sensibilidad = Resultado. 

La simplicidad de esta fórmula no debe llevarnos a pensar de ningún modo que es trivial. Por el contrario, es la simplicidad la que da libertad al terapeuta. En mi propia práctica, he tenido enormes beneficios de esta fórmula engañosamente simple. 

He descubierto que se aplica en un sentido general y que es una guía útil para todas las personas que buscan un tratamiento. Concretamente no sólo se aplica a las personas mayores y a los pacientes crónicos sino a otros dos tipos de personas. 

Un tipo es el que podemos llamar “sensible”. Quiero decir personas que han nacido o que se han desarrollado de modo que los niveles normales de defensa y la “piel gruesa” que tenemos la mayoría han sido eliminadas o nunca han existido. Están en buena medida indefensos y abiertos a estímulos externos que hacen su vida difícil y dolorosa. 

Se necesita un cuidado especial cuando nos acercamos terapéuticamente a estas personas sin producir más daño a su magullado y maltratado interior.

Las estrategias de tratamiento pueden incluir varios tipos de protocolos de liberación de traumas y energías negativas, apoyados por tratamientos que potencien las energías de los meridianos de Metal y de Pericardio, así como el Qi Original y la fuerza de los Cinco espíritus. 

El segundo tipo de pacientes para los que se usa la fórmula anterior son los niños. La razón por la que los niños son tan sensibles debería ser obvia pero a menudo es pasada por alto.

Los niños todavía están cerca del mundo espiritual del que han venido y sus energías defensivas y de protección que todos los adultos dan por supuestas todavía no se han formado; no se han endurecido y templado como las nuestras y por tanto todavía son sensibles a las energías sutiles y a impulsos que la mayoría de nosotros apenas notamos. 

De modo general, hay algo que creo deberíamos comentar con más frecuencia y usar de modo más estratégico. Los niños sienten y ven cosas que nosotros no. Menudo recurso podría ser si supiéramos usarlo y dedicásemos tiempo a incluirlo en nuestras valoraciones y decisiones. 

En particular, en sentido terapéutico, es algo que nos daría una enorme ventaja en nuestros sistemas de salud y desde luego en nuestra práctica individual. Imagina lo que serían nuestros sistemas de salud si este fuese el punto de partida de los tratamientos a nuestros hermanos y hermanas más jóvenes.

Para empezar, la excesiva confianza en las vacunas disminuiría drásticamente así como el abuso de los antibióticos. Los niños tienen un sistema inmune. Es sólo que es mucho más sensible que el de las personas más curtidas y experimentadas. 

En nuestra propia tradición tenemos que usar el concepto de dosificación de manera sencilla para alcanzar una aproximación eficiente y segura al tratar a los niños.

Como regla práctica deberíamos empezar con la idea básica de que cuando tratamos a gente joven deberíamos utilizar la mitad de la dosis, exactamente como suele aparecer en los prospectos de los medicamentos. Pero también deberíamos pensar que cuanto más joven es nuestro paciente más tenemos que disminuir el estímulo requerido. 

En la práctica esto significaría que para niños muy pequeños, deberíamos dar tratamientos más cortos y usar menos agujas y conos de moxa y mucha menos presión en menos puntos cuando demos un Shiatsu, Anma o TuiNa.

Para pacientes extremadamente pequeños el más pequeño estímulo será percibido como un estímulo enorme, y aquí entramos en el mundo de los microtratamientos. 

Os daré un buen ejemplo de hace unos años: 

Estaba dando una clase informal de Shiatsu en Tokyo, en casa de una mujer alemana. Sus amigos habían formado un grupo de Shiatsu y nos reuníamos unas tres horas una vez a la semana.

Un día, la mujer tuvo que traer a su bebé a clase porque estaba enferma. Nunca había oído la palabra “cólico” antes y entendí que era algo que entrañaba una molestia extrema y mucha tensión tanto para la madre como para el niño. El bebé estaba de mal humor y nada más verme empezó a fruncir el ceño y a aullar en miniatura. 

Me di cuenta de que iba a ser una clase muy difícil a menos que algo radical sucediese. La madre no sería capaz de concentrarse y el grupo no estaría en condiciones para la práctica del Shiatsu Zen. En un impulso le pedí a la madre que me dejara coger al bebé, lo tumbé sobre las rodillas de la madre y le di la vuelta sobre su vientre para dejar su espalda expuesta. 

Foto: Ksenia Chernaya

Muy suavemente deslicé mis dedos a lo largo de los puntos Shu hacia abajo de la espalda del bebé y cuando llegué a los puntos de Bazo y Estómago empezó de nuevo a gritar y retorcerse. El diagnóstico parecía bastante obvio: algún tipo de estancamiento o acumulación negativa de energía en los meridianos de la Tierra. Como pasa a menudo en este caso, el tratamiento venía dado por el diagnóstico. 

De forma intuitiva, no habiendo estado nunca en una situación ni remotamente parecida, me di cuenta de que si ese nivel de estimulación provocaba tal nivel de reacción no supondría mucho producir un cambio en las energías y con suerte solucionar el problema.

Le mostré a la madre cómo hacer espirales suaves y pequeñas alrededor de los puntos Shu de los meridianos de la Tierra y le aconsejé seguir haciéndolo durante unos pocos días, bien con el dedo o con la palma, lo que le pareciese mejor. 

Una semana más tarde volvimos a juntarnos para dar la clase de nuevo y la madre trajo de nuevo a su bebé. La reacción esta vez no podía haber sido más diferente. Tan pronto como la pequeña niña posó sus ojos en mí, su cara se iluminó con una sonrisa que fundió mi corazón y que hizo que todos en la sala sonriesen.

La madre confirmó que los movimientos de los intestinos del bebé se habían normalizado, que ella estaba dando el pecho y durmiendo mejor y que la niña había parado de llorar de aquella forma desconsolada y descorazonadora. 

Experiencias como ésta, teñidas de temores que nos descolocan pero que acaban con un arco iris y en equilibrio, son las que más nos marcan.

Recibí la enseñanza de la virtud de la espontaneidad y del poder de los impulsos de la intuición. Recibí también pruebas concretas de que la simple ecuación de mi maestro estaba basada en la verdad. 

Nunca volvería a despreciar la sabiduría de tratar con suavidad… cuando las circunstancias lo demandan. 

Texto: Chris McAlister Traducción: Alejandro Martínez