03 Mar EL HARA, CENTRO VITAL DEL SER HUMANO.
Por Nicolás Poloczek de su Blog.
El Hara es un referente a la hora de transitar cualquier vía espiritual, entre ellas el Shiatsu: el descenso al centro de la tierra, nuestro centro vital, el Hara. En este artículo, Nicolas Polozcek nos ofrece unas orientaciones fundamentales para pasar de la reflexión a la práctica.
Hace tiempo que quería compartir con vosotros la existencia de este libro que explora nociones fundamentales de la búsqueda del “yo”: el camino (do), el desarrollo del anclaje y la alineación, el cuerpo como templo del espíritu. Sin duda, esta lectura es imprescindible para los interesados en las artes japonesas, el pensamiento oriental en general, las prácticas marciales, las técnicas de salud, la gestión del estrés y, más ampliamente, en la búsqueda espiritual.
Hara No Dekita Hito!
La expresión japonesa significa “aquél que ha hecho su vientre”. Eso lo dice todo.
Si para la cultura occidental, el vientre debe estar reprimido de buena gana, ya que encarna la sede de los bajos instintos y del cuerpo y mantiene prisionera a la materia, el Hara es para los japoneses una evidencia. Esta palabra, que se traduce como “vientre”, transmite muchas expresiones* de la lengua e implica más ampliamente todo lo que les es esencial en la concepción de la vida. Pero no nos equivoquemos, no hay fronteras culturales en cuanto a la presencia e importancia de un centro de gravedad en el hombre. En el vientre de los asiáticos, como en el de los demás, existe un vínculo irreprimible con el origen y el movimiento del mundo, cuya vivacidad es a veces un reflejo y a veces un medio de autorrealización.
Hara rima con relajación, calma, determinación, confianza, salud y plenitud. Permite la unión del cuerpo y la mente, de la sustancia correcta a la forma verdadera.
La mayoría de las corrientes espirituales establecidas coinciden en que la elevación del ser implica previamente el descenso “al centro de la tierra”. En cuanto al Shiatsu, el Hara es, por supuesto, un eje central de trabajo, tanto para el que lo da como para el que, al recibirlo, aprende poco a poco a desarrollar su percepción y su densidad, encontrando así también una respuesta a muchas dificultades de carácter físico o psíquico.
* Como la palabra “ki” (energía).
Karlfried Graf Dürkheim.
La historia del autor del libro, publicado por primera vez en 1954, es en sí misma digna de interés. Atravesó por la experiencia de dos guerras mundiales, enviado en misión a Japón por el régimen nazi, Karlfried G. Durkheim regresó profundamente transformado. La meditación zen y su observación de la cultura y la espiritualidad japonesas le llevaron a desarrollar una espiritualidad encarnada que está bellamente expresada en “Hara, el centro vital del hombre”.
¿Cómo practicar?
Aquí propongo algunos fundamentos para pasar de la reflexión a la práctica. Le remito también a la lectura de “Hara, el centro vital del hombre” de la que encontrará seguidamente algunos extractos.
La relajación es fundamental.
Cuando nuestro cuerpo está relajado, especialmente en la cara, la mandíbula y los hombros, la gravedad nos lleva naturalmente a colocarnos en la pelvis.
“No hay ningún enfermo cuya recuperación no se complique por las crispaciones, las tensiones internas, ni hay recuperación que no se acelere por la desaparición de estas tensiones”.
La respiración, igual de esencial.
Presta atención a tu diafragma. Suéltalo para aumentar el descenso hacia el Hara. Utiliza la respiración abdominal para aumentar tu presencia en el vientre, pero consigue también no hacer nada, y simplemente busca la relajación para que esta respiración vuelva a ser natural poco a poco.
¡La atención de la mente también entra en juego!
Una actitud meditativa, trayendo incansablemente la conciencia de vuelta al aquí y al ahora, nos ayudará mucho a desarrollar nuestra capacidad de centrarnos. Toma el ascensor, baja el piso de la mente, luego el de las emociones, para encontrar la estabilidad en el vientre. Deja el mundo de los pensamientos por el de las sensaciones.
También podemos utilizar el inmenso poder de visualización de la mente, por ejemplo para imaginar luz, calor o una esfera de luz que respira.
“Quédate sentado tranquilamente, respira suavemente, con exhalaciones largas, y mantén tu fuerza en la parte inferior del abdomen”.
Postura.
Por último, para infundir la práctica al corazón de cada momento, presta atención a tu postura en todas las situaciones: a la forma en que abres una puerta, te colocas en una silla o a cómo reacciona tu cuerpo ante determinadas situaciones, por ejemplo, cuando te encuentras en una situación delicada.
“Tu postura está distorsionada porque tu mente está retorcida”.
¡Artes marciales!
La práctica de las artes marciales es, obviamente, otra gran palanca para el desarrollo del hara. En el Aikido, por ejemplo, aprendemos a agrupar nuestro cuerpo y nuestra mente en un único punto a través del cual podemos mantener nuestra estabilidad sea cual sea la situación.
Estabilidad en un mundo en movimiento, ¿no es ese el gran resumen de la búsqueda del Hara? Pero entendamos este punto: no estamos hablando aquí de un centro estático e inflexible. Sería ilusorio pensar que podemos conseguir de alguna manera congelarnos en una postura definitiva frente al mundo. Por tanto, nuestro centro es dinámico. Es cualitativo, ¡y ese es su punto fuerte! Esto también significa que el Hara no se imagina como un destino, sino como un camino…
“Un ciprés sigue creciendo y aumentando el número de sus anillos leñosos incluso cuando es muy viejo. Sí, debemos crecer hasta el momento de nuestra muerte”.
EXTRACTOS DEL LIBRO.
El signo del santo, humilde y benévolo.
El Hara nunca significa el volumen del vientre como tal, sino sólo el “peso”, la importancia manifiesta de un centro de gravedad interior cuya solidez suprime la inestabilidad de los impulsos del ego y de los instintos. Encontramos este centro de gravedad en el porte y la compostura de los verdaderos reyes y santos en cualquier época que hayan vivido. También aparece en los benévolos y en los humildes, y de hecho en todos aquellos que se han liberado de la arrogancia del “yo”.
Encontramos la puesta en evidencia del vientre en todas las obras importantes del arte religioso, en las esculturas de las iglesias, ya sean románicas o góticas. Algunos ejemplos son las figuras femeninas de la Catedral de Bamberg o los Ancestros de Cristo de la catedral de Chartres. El conocimiento del Hara arroja una luz muy significativa sobre los “vientres góticos”. Expresan tanto la liberación del “yo” como el “sí” dicho a la tierra, es decir, la humildad que permite al hombre aceptar su apego a la tierra y le abre las puertas del cielo. Estos vientres parecen decir: no se puede ganar el cielo traicionando la tierra.
El hombre, a través de su cuerpo, expresa tres cosas:
1/ Una cierta relación con el cielo y la tierra. El hombre no puede volar, pero, por otro lado, no está obligado a arrastrarse. No es un pájaro ni una lombriz, se mueve verticalmente sobre la tierra, erguido hacia el cielo.
2/ Una relación especial con el mundo circundante. El hombre se encuentra en una relación de polaridad con el mundo del que, por un lado, se defiende y al que, por otro, está íntimamente ligado, manteniendo constantemente un intercambio vivo con él.
3/ Una relación especial con su propia persona. A cada etapa de la evolución de su “forma” corresponde una relación definida con la vida que, en él, busca manifestarse, florecer y alcanzar la unidad.
Una visión del mundo que se ha vuelto impía.
Cuanto más alcanza el hombre a sentir el centro “correcto” a medida que progresa en la práctica, más se da cuenta de las limitaciones que amenazan la totalidad de su persona, que nuestra época le impone al reducirlo al papel de funcionario en un mundo que se ha vuelto inhumano y exclusivamente materialista. El hombre de hoy está cada vez más marcado por las formas de pensar, los comportamientos y los hábitos de vida que le obliga a adoptar el mundo que él mismo ha creado, pero que ahora se ha vuelto autónomo, con sus propias estructuras, mecanismos y categorías fijas.
La forma de la realidad a la que se adhiere el Yo existencial adquiere una importancia nefasta: la vida entera se convierte principalmente en un objeto y el hombre mismo en una parte del mundo que puede ser conocida racionalmente, y por tanto utilizada y dominada. Cuando esta visión del mundo predomina hasta el punto de que todo lo que no es de naturaleza concreta y palpable -el contacto con las fuerzas cósmicas, lo irracional- ya no tiene cabida, y la trascendencia, ya sea vivida como fe o como experiencia, no sostiene a la vida, entonces la vida se ha vuelto profana o impía.
El Hara, vínculo con lo suprapersonal.
Considerado desde el ángulo del simbolismo del cuerpo y en relación con el “movimiento ascendente” por el que el hombre ha pasado del estado de naturaleza inconsciente al de mente consciente y racional centrada en el yo, el “movimiento descendente” del yo que se unirá en el fondo impersonal aparece como un movimiento retrógrado. Las fuerzas del yo, la razón, la voluntad y el sentimiento, fuerzas que el hombre sitúa por encima de las fuerzas naturales, están situadas en la parte superior del cuerpo. Las personas en las que predominan estas fuerzas tienen su centro de gravedad demasiado “alto”; están tensas, tensan la parte superior del cuerpo y su respiración también permanece “alta”.
El hombre sólo puede liberarse de este círculo vicioso que lo mantiene “arriba” dejándose llevar hacia abajo, “instalándose” en la región del tronco y anclándose en el Hara.
Hara, que significa literalmente vientre, se refiere también al bajo vientre, pero en realidad sólo existe el pensamiento dualista del “yo” que distingue el alma del cuerpo. En realidad, el Hara es todo el hombre en su conexión con las fuerzas de la vida original, fuerzas nutritivas, regeneradoras, liberadoras y transformadoras, fuerzas de concepción y procreación que preparan el “renacimiento”.
El Hara es el lugar donde aparece la unidad de la vida original. Sólo manteniendo el contacto con ella puede el hombre salir siempre intacto -en su totalidad humana- de las heridas y desgarros y que, a pesar de su evolución hacia una personalidad independiente, siga sometido a las Grandes Leyes de la vida suprapersonal y ligado a todos los seres como hijo del Ser.
Al servicio de la vía.
Quien domina el Hara puede mantener la calma en cualquier circunstancia, incluso ante la muerte. Sabe inclinarse ante su ganador sin perder la compostura y sabe esperar. No se rebela contra la rueda del destino, sino que espera con serenidad lo que la suerte le depare. Quien posee el Hara ve el mundo desde otro ángulo. Lo acepta tal como es y, aunque este mundo es siempre diferente de lo que le gustaría que fuera, siempre siente una misteriosa armonía con él.
Rebelarse es sufrir. Todo sufrimiento indica que el hombre se ha alejado de la Gran Unidad y, por tanto, atestigua la realidad de esta unidad. Pero esto, el hombre común no lo ve. Sólo cuando la voluntad, el sentimiento y el entendimiento están “enraizados” en el Hara, no se oponen a lo que es, sino que, por el contrario, están al servicio de la Vía en la que se encuentra todo lo que existe. Descubrir esta Vía, reconocerla y no abandonarla nunca más es el objetivo final de todos los esfuerzos por adquirir Hara.
Calma, franqueza y autenticidad.
Quien practica el Hara considera como una progresión en la Vía el hecho de que consiga dominar poco a poco y de forma natural los factores que vienen a entorpecer su función. Sea como sea, uno puede estar más o menos presente con su ser esencial, es decir, puede manifestar más o menos esta dimensión de su ser que no está condicionada por el mundo. Si esta dimensión no está lo suficientemente marcada, el hombre no se siente fuerte, tiene miedo a fracasar.
En efecto, cuanto menos presente esté en su ser esencial, más tendencia tendrá a huir de la mirada del prójimo, a escabullirse y estar a la defensiva en lugar de mostrar calma y rectitud. Y, a la inversa, cuanto más presente está “desde su centro”, más su forma de “estar ahí”, sentado, expresa una naturaleza directa, íntegra, valiente, auténtica y libre. Y, a veces, esta forma de “estar ahí” es en sí misma un medio de comunicar fuerzas profundas a los demás.
Conectando la Tierra y el Cielo.
Así, los hombres distorsionan la armonía de su relación con el cielo y la tierra al mantenerse -ya sea de pie, sentados o caminando- excesivamente erguidos y estirados hacia arriba o, por el contrario, tan encorvados que es imposible hablar de ellos como verticales. En este último caso, no dan la impresión de ser transportados, vigorizados por la tierra, sino de estar inertes, indolentes y pegados al suelo. El arraigo a la tierra se vuelve entonces pesadez; en lugar de apoyarse en ella, el hombre se hunde en ella. No camina, se arrastra; no está sentado, sino desplomado sobre sí mismo, de pie, parece estar a punto de caer .
Si se produce el movimiento contrario, el hombre parece ser atraído hacia arriba y negar toda relación con la tierra. Cuando camina, no pone realmente los pies en el suelo, sino que se balancea, camina a pequeños pasos o salta como si no tuviera peso. No se endereza con naturalidad, sino que levanta los hombros, tensándolos. Esto le hace parecer tenso y orgulloso.
En ambos casos, le falta el centro que conecta la parte superior con la inferior. Si este centro está presente, las fuerzas que ascienden hacia el cielo y las que afirman la tierra forman un conjunto armonioso. Lo que está arriba es transportado por lo que está abajo y lo que está abajo tiende naturalmente hacia arriba. La “forma” viva crece de abajo a arriba como un árbol cuya copa se apoya en un tronco vertical con raíces anchas y profundas. Así, la actitud correcta atestigua la aceptación del hombre de su entidad bipolar que oscila entre el cielo y la tierra. No se queda pegado a esta última, sino que confía en ella. Tiende hacia el Cielo pero no olvida la Tierra.
Un cambio en la perspectiva del cuerpo.
Para poder cumplir su vocación, que es manifestar el Ser divino en su existencia, y así ascender al nuevo espíritu, el hombre debe primero descender a su naturaleza original. Si quiere alcanzar la plenitud, primero debe entrar en el vacío de la unidad original; para encontrar la verdadera luz, antes debe sumergirse en la oscuridad original.
La nueva relación con la naturaleza, el alma y el espíritu se establece sólo cuando la unidad comienza a aparecer. El hombre está entonces preparado para la conversión: debe reconocer la insuficiencia y los límites de sus esfuerzos bienintencionados que le empujaban “hacia arriba”, debe estar decidido a cuestionar las estructuras y el orden de su universo egocéntrico en el que el “yo” se siente seguro (pero en el que su ser esencial sufre los peores tormentos) y dispuesto a abandonarlo todo, en confianza, convencido por ese “abajo” en el que toda vida nace y se regenera. El camino que lleva a la verdad pasa por un movimiento “retrógrado”, es decir, un movimiento hacia el fondo, hacia las profundidades. Esta nueva perspectiva cambia el simbolismo del cuerpo.
El ejercicio de la relajación.
Cada vez que la vida se detiene, donde y por la razón que sea, se produce un endurecimiento, una esclerosis, y, en el punto donde se forma la tensión en el cuerpo que mantiene este endurecimiento, se crea un dique que impide avanzar en el camino interior. Eliminar estas tensiones de resistencia, que se sienten como tensión y contracción, es el objeto principal del ejercicio de relajación. Las tensiones de la resistencia se cuentan por miles. Siempre ocurren cuando una persona se fija, se aferra a algo. Así, está tenso porque no quiere soltar una posición determinada, porque está obsesionado por un determinado deseo, preso de un miedo, que no puede deshacerse de ciertas agresiones, por su resentimiento, sus convenciones, etc. Esta es la fijación consciente o inconsciente que se considera el peor de los males en todas las formas elevadas de religión.
El ejercicio de la respiración.
Nada nos hace más conscientes de nuestra pertenencia a la Gran Vida que la respiración. Por tanto, no hay ejercicio al servicio de la Vía que no tenga en cuenta la respiración. A través de ella, aprehendemos directamente la vida en su movimiento de transformación. Si logramos percibir la ley de transformación que se manifiesta y se ejerce en la respiración, si logramos captar su pleno significado y si aprendemos a regularnos en ella, entonces ya estamos en la Vía.
A continuación se ofrecen algunas pautas sobre cómo debe realizarse el ejercicio de la meditación en silencio. En cuanto estés en la posición sentada “correcta”, debes cerrar los ojos, ponerte en posición de escucha interior y observar tu respiración. En el caso de los principiantes, esto suele tener el efecto de bloquear la respiración o “hacerla subir” sin que el principiante se dé cuenta. Son consecuencias de la tendencia objetivadora y fijadora de la Palabra. Cuanto más consigue el sujeto soltarse, dejar que la fuerza vital actúe en él, y aprende, en particular, a intervenir lo menos posible en la inspiración, más se suelta el Ego. La mejor manera de observarse internamente es observar con cierto asombro desinteresado que hay algo “ahí abajo” que va y viene constantemente, de forma natural e independiente de la voluntad.
Después de un tiempo, es aconsejable que el principiante, porque todavía está “centrado” demasiado alto, se deje deslizar tranquilamente en la espiración varias veces y se “asiente”, se ancle en la pelvis, sin derrumbarse sobre sí mismo. El resultado es el predominio de la exhalación sobre la inhalación, de modo que pronto la relación entre la exhalación y la inhalación es de aproximadamente tres a uno. Entonces se puede pasar a la realización consciente de las diferentes fases del movimiento de la respiración, consideradas como las etapas del movimiento de transformación personal. Al principio de la respiración, está la fase de soltar, al final, la fase de apertura, de “asentamiento” en la pelvis y, entre la exhalación y la inhalación, la fase de unión, de fusión; luego viene la inhalación o fase de retorno, de renovación.
Extracto de “Hara, centro vital del hombre” de K. Graf Durckheim.
Nicolás Poloczek forma parte de Odo Shiatsu.
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